Papeles de paz
Una forma eficaz de lograr que un espacio no sea pacífico es difundiendo mensajes de que el espacio en cuestión no es pacífico. Por supuesto, no es el único factor, pero las sensaciones que estos mensajes generan en las personas pueden predisponer ciertas actitudes hacia los otros con quienes se comparten tales espacios, y las actitudes pueden, a su vez, generar comportamientos que convierten al espacio en todo menos pacífico.
Pensar en esta afirmación puede ser oportuno en todo momento, pero de modo particular lo es hoy, a propósito de acciones como la ocurrida hace unos días en una escuela en la ciudad de Torreón, al norte de México, en donde un niño disparó un arma contra varias personas, provocando que lamentablemente perdieran la vida una maestra y el propio niño, así como varios niños heridos.
Desde el día del suceso se han escuchado voces en distintos sentidos, pero entre ellas llama la atención el clamor por parte de un gran número de personas por la instalación de operativos del tipo mochila segura, consistentes en la revisión de las mochilas de los niños antes de entrar a la escuela, con distintas variaciones en su forma de operación.
Es fácil comprender el miedo que puede sustentar este clamor: ninguna madre y ningún padre desean que su hija o hijo sea la próxima víctima. Lo que no está claro es si tal medida lo impedirá y, más difícil aún de comprender, si la medida, por el contrario, podría a la larga generar otros problemas. Intentaremos explicar aquí esto, centrándonos en los mensajes que se difunden mediante operativos de esta naturaleza.
Cuando se instruye un operativo mochila, la intención final del mensaje de las autoridades, por burdo que parezca, es: «No traigas a la escuela armas ni otros objetos prohibidos». Sin embargo, los mensajes que reciben los niños pueden ser varios y muy distintos: algunos serán consecuentes con la intención formal, del tipo: «No llevaré a la escuela armas ni objetos prohibidos», o bien «Mis compañeros no llevarán a la escuela armas ni objetos prohibidos». Si aquí se agotara la posibilidad de los mensajes, se podría pensar en una posible eficacia del operativo; sin embargo, la realidad es distinta, pues los niños reciben otros mensajes, como los siguientes: «Mi escuela ha dejado de ser un espacio seguro», «Mis compañeros de escuela pueden querer hacerme daño. Son criminales en potencia», «Las autoridades de la escuela piensan que yo puedo causar daño a mis compañeros y maestros. Piensan que soy un criminal en potencia»; así como otro tipo de mensajes, del estilo: «Esto es un reto y yo puedo burlar el operativo», acabando con la eficacia del mismo, o este otro: «Puedo llevar armas a otro espacio en donde no hay revisión».
¿A qué nos lleva el pensar en estos posibles mensajes? La intención es reflexionar más allá del suceso concreto y referirnos a un tema más amplio, que ha cobrado cada vez mayor presencia en la actualidad: la cultura de paz. De manera simple, podemos decir que la cultura de paz es el conjunto de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida que favorecen la construcción de la justicia, el bienestar y la equidad, así como la promoción de los derechos para el desarrollo de una vida plena, sin recurrir a la violencia.
Ante acontecimientos como el que hemos comentado, se pueden llevar a cabo acciones que requieren de un análisis más a fondo antes de ser implementadas. El tener prevista una forma de actuar frente a los conflictos nos podrá orientar sobre las decisiones a tomar, considerando que tales decisiones pueden dirigirse bien a la construcción de una cultura de paz, o a una cultura de la violencia.
Hay antecedentes valiosos al respecto, como los trabajos de investigadores y activistas de la paz, como John Paul Lederach, quien durante décadas ha trabajado la transformación constructiva de conflictos, y que explica que el proceso para la construcción de paz consiste en transformar un sistema caracterizado por relaciones violentas, hostiles y divididas, en un sistema de paz, caracterizado por relaciones interdependientes y justas con capacidad para encontrar mecanismos no violentos de expresión y tratamiento de conflictos, que no tiene un estado final estático, sino que genera procesos autorregenadores, dinámicos y continuos, capaces de adaptarse al entorno emergente y cambiante (Lederach, 1998).2
Así, las decisiones que se tomen en la escuela ante un conflicto han de estar dirigidas al menos hacia dos aspectos: primero, al desarrollo de la capacidad de hacer que los espacios de convivencia sean seguros, pero sin limitarse a garantizar la ausencia de objetos que dañan (como las armas), sino a través del tipo de relaciones que se construye entre ellos; y segundo, al desarrollo paulatino en los niños de una autonomía en las decisiones en torno a qué hacer y qué no, o qué llevar a la escuela y qué no, y para qué, sin la intervención de un agente externo, como es la inspección de una mochila por parte de una autoridad.
Aquí, un factor fundamental es la confianza: un espacio seguro es un espacio en el que las personas que ahí acuden son, primordialmente, confiables. Si en un grupo, sus integrantes reciben mensajes como los mostrados más arriba, entonces se podrán fomentar actitudes y acciones que difícilmente generarán confianza y tampoco serán capaces de originar procesos autorregeneradores y que se adapten al entorno cambiante. ¿Querrá una niña o un niño relacionarse con un compañero que es un «criminal en potencia»? Es más probable que la desconfianza y el miedo generen actitudes y comportamientos defensivos, hostiles y violentos; en cambio, la confianza es la base para la generación de actitudes y comportamientos respetuosos, solidarios y amistosos.
No se trata de ser ingenuos ni de exponer al grupo a posibles peligros, pero es importante estimar las probabilidades de exposición real a un acto violento como el ser atacado con un arma de fuego por parte de un niño. Hay muchísimos otros espacios en los que la seguridad de las personas corre riesgos mucho mayores.
Desde luego, es necesario atender al mismo tiempo la multiplicidad de factores que intervienen en sucesos como el que hemos abordado ─como la disponibilidad de armas de fuego y la salud mental, entre otros─, pero la manera en la que colaboramos en la construcción de una cultura de paz y en la formación para el conflicto en las niñas y niños es fundamental.
No es sencillo ni prudente, en tan reducido espacio, exponer la mejor forma de abordar en las escuelas un conflicto de esta naturaleza. Por el momento, solo nos limitamos a concluir dos puntos principales: primero, de la mano con un gran número de estudiosos de la paz, indicar que los conflictos, aun aquellos tan dolorosos como estos, pueden ser una oportunidad de aprendizaje en la construcción de las relaciones interpersonales; segundo, valorar el cuidado que hay que tener en que los mensajes que reciban los niños en las escuelas sean formulados en clave de una cultura de paz.
Notas:
1 La autora es conflictóloga y colaboradora de Programa Casa Refugiados y de La Morada.
2 Lederach, J.P. (2007), Construyendo la paz: reconciliación sostenible en sociedades divididas, Bilbao: Gernika Gogoratuz.
IMAGEN: Photo by Aman Shrivastava on Unsplash
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