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Las guerras producen muchas muertes; algunas, dirigidas; otras, accidentales o circunstanciales. De ahí que la gente, implicada o no en una guerra, pero bajo el hecho de habitar un país sumido en ella, se ve obligada a migrar, no en busca de oro ni para conquistar otro pueblo, no para quitarle el trabajo a otra persona, sino con el deseo de encontrar un sitio donde la noche no se vea interrumpida por el ruido de las bombas; donde al cerrar los ojos, exista una especie de certeza de que habrá un nuevo día.
México ha sido siempre un país hospitalario y solidario con las personas migrantes del mundo. Recibió al exilio español y, como resultado, se enriqueció con los aportes de escritores y maestros como Tomás Segovia, León Felipe y Emilio de la Lama. Durante la Segunda Guerra Mundial, México recibió migrantes de toda Europa, como la pintora surrealista Leonora Carrington.
En los años setenta, América del Sur y Centro América eran casa y cuartel de un desfile de dictadores y dictaduras, y las guerrillas no tardaron en alzarse para hacerlos caer. El ejército llegaba a un pueblo, lo acusaba de apoyar a la guerrilla y, como castigo, exterminaba a la población entera y quemaba casas y sembradillos para borrar su rastro del mapa. Producto de esos encuentros armados y del terror que sembraban los gobiernos paramilitares, es el gran número de migraciones que ocasionaron. Consecuencia de ello es que me encuentre yo aquí, como lo es también el que miles de guatemaltecos encontraran refugio en Campeche.
También han llegado grandes intelectuales que han engrandecido a México, como Augusto Monterroso, que —al igual que yo— nació en Honduras, después vivió en Guatemala y después se convirtió en mexicano; el poeta Otto Raúl González, Alaíde Foppa, Luis Cardoza y Aragón, entre otros.
Conformado por personas de distintos países, hace más de quince años se formó el Grupo Monarcas, nombre que elegimos pensando en el viaje migratorio que realizan dichas mariposas. Desde entonces, La Casita es nuestra sede. Nos hemos apoyado entre nosotras con la creación de iniciativas como nuestra caja de ahorro. Nos hemos coordinado con instituciones para recibir capacitaciones sobre derechos humanos y sexualidad, entre otros temas, y sobre oficios, como la panadería. Hemos creado el grupo de teatro “Memoria Migrante”, en el que mujeres de El Salvador, Honduras y Colombia contamos nuestra historia a través de obras como “Todo está aquí”, dando a conocer vivencias de la migración.
Desde La Casita se ha organizado también el Libro Club Alaíde Foppa – León Felipe, del que soy coordinadora desde el 2008, donde a través de la literatura, especialmente la poesía y el cuento, nos enlazamos con las identidades y culturas de los distintos países.
El Libro Club Alaíde Foppa – León Felipe ha sido un encuentro con esa historia compartida de quienes viven la añoranza de un país lejano, un espacio de intercambio cultural y lúdico, en donde hemos reflexionado en torno a la compleja situación que rodea la realidad de las personas migrantes, en temas como la paz, la solidaridad, el amor, la mujer, el niño, la discriminación, los derechos humanos, la juventud, la desaparición forzada, entre otros. Estos textos nos han ayudado a elaborar la separación de nuestros países y a sensibilizar a quienes afortunadamente no la han sufrido.
El Libro Club nos ha permitido fortalecer prácticas de lectura entre la comunidad de refugiados y amigos mexicanos, mediante una sesión mensual de lectura en voz alta, en La Casita o en otras sedes hermanas, como el Ateneo Español o el Centro Cultural de España, y nos ha permitido conocer la literatura latinoamericana y la escrita en español de ambos lados del Atlántico, leyendo textos de países como: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Argentina, Cuba, Chile, Uruguay, El País Vasco, España, Ecuador, México, entre otros.
Hemos contado con la presencia de escritoras y escritores que nos han acompañado en diversas sesiones, como Guisela López, Maya López, Carlos López, Julio Palencia, Mario Matute de Guatemala; José Antonio Domínguez, Cónsul de El Salvador; Linda Baez, Presidenta de la Asociación de Escritoras, de Nicaragua; Mario Paniagua, Carolina Alvarado, Ireri Campos, Emiliano Aréstegui y Matza Maranto Zepeda, de México; Ramiro Ruíz Durá ,de España; Myriam Laurini, de Argentina; Pakita Andueza, del País Vasco. Tuvimos también la visita del poeta David Huerta, quien nos donó la obra de su padre, el poeta Efraín Huerta, y de María Luisa Capela, quien nos donó la obra de su esposo, el poeta Tomás Segovia.
Por todo lo anterior, el aporte de La Casita y el Libro Club Alaíde Foppa – León Felipe han sido sustantivos, ya que se han convertido en lugares de resiliencia, que brindan alternativas a la población migrante que debe hacer frente a su dura experiencia, espacios que nos han ayudado a integrarnos a la sociedad mexicana.
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