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Las migraciones en la actualidad. De la protección internacional de personas a la deshumanización de migrantes.

21 septiembre, 2020 | 0 Comments
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Si Michel Foucault viviera, seguramente se podría congratular del éxito actual de sus teorías para interpretar el mundo. Dentro de sus muchos temas, como otros pensadores importantes estaba preocupado por entender la crisis de los campos de exterminio en el régimen nazi. En su esquema, no pensaba en ese período como si fuese una interrupción o una excepción de la historia. Al contrario, el fascismo era, para él, una profundización de un sistema que ya venía en curso. Sistema que se ubicaba al interior del mismo capitalismo.

Pues bien, para explicar estos regímenes diseñó la noción de biopolítica que significaba que, con el nazismo, la vida y la biología habían entrado por completo al dominio de lo político. En ese sentido, las guerras se hacían en nombre de la vida y las matanzas se habían vuelto vitales. Aún más ─sentenciaba el pensador francés─, de lo que se trata es de constatar que hemos construido sistemas donde, para que unos vivan, otros deben morir.

¡Claro! Estas ideas podrían parecer cosa del pasado. Sin embargo, si vemos la situación que experimentan miles de migrantes, desplazados y refugiados en la actualidad, veremos que hay ecos que se reproducen por aquí y por allá. Ellos y ellas deben enfrentar un sistema antiinmigrante legal e injusto al mismo tiempo. Un sistema que los define como amenaza a la seguridad nacional y, por estos días de pandemia, como un peligro para la salud pública de los ciudadanos.

Así es. En los actuales sistemas de control migratorio en países como Estados Unidos o en las fronteras de Europa, se despliegan innumerables mecanismos de control y vigilancia. Formas sofisticadas y tecnológicamente desarrolladas de encierro e identificación. Deportados y detenidos en la frontera nos cuentan cómo son enviados a centros de detención (las «hieleras», les dicen) donde, a costa de bajas temperaturas dosificadas por los policías y bajo luces que no se apagan nunca, el sentido del tiempo se pierde a medida que el miedo y la angustia se apodera de los sentimientos.

Estas semanas de septiembre, la administración del presidente Trump ha anunciado una ampliación del presupuesto para el control de la inmigración indocumentada para el próximo año. Todo un sistema de encierro se ha levantado en estos últimos diez años, a través de la creación de centros de detención que son administrados por la iniciativa privada, haciendo de la detención de migrantes un negocio redituable. Pulseras y tobilleras con GPS vigilan los movimientos de los solicitantes de asilo que han logrado convencer, parcialmente, a un juez de Inmigración de que su caso vale la pena ser considerado.

También por estos días, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos ha señalado que busca ampliar la información biológica de los migrantes, mediante escaneos oculares, impresiones de voz, huellas dactilares y la expansión de recolección de datos de ADN ahora ya no solo a los detenidos y deportados, sino también a los ciudadanos patrocinadores (los sponsors) que solicitan la residencia legal para algún familiar.

Para resumir la situación, podemos afirmar que estamos frente a un sistema perverso e inhumano. Un sistema que es altamente intolerante ante la migración indocumentada pero parcialmente tolerante, por ejemplo, con el comercio de drogas. Como lo ha explicado el antropólogo Josiah Heyman, Estados Unidos cierra toda posibilidad de ingreso a migrantes, mientras manifiesta una preocupante semitolerancia al ingreso de drogas, mismas que causan más de 70,000 muertes al año en ese país. En palabras de Heyman, se nos está diciendo que hay más peligro en personas morenas y pobres que llegan desde el sur que de las mismas drogas.

Si bien la situación es muy difícil, no todo está perdido. Migrantes, activistas y todo un amplio grupo de defensoras y luchadores sociales están todo el tiempo haciendo frente al sistema que hemos descrito. Ellas inventan fórmulas, descubren estrategias, se organizan, planifican al punto de no ser simplemente víctimas de toda esta situación. Las luchas migrantes son luchas de vida.

Y en ese sentido, podemos extender el concepto biopolítico de Foucault. Él propuso esta idea basada en un concepto negativo de la vida: La vida como tragedia y como pulsión de muerte. Y esa es la mitad de la historia. La vida también tiene una dimensión productiva y positiva. La tiene cuando mujeres rompen con todo para iniciar con sus hijos un camino que las conduzca a formas de vida positiva en otras tierras. La tiene cuando familias de Centroamérica deciden huir de las extorsiones y de los malos gobiernos rumbo a un sueño vital que parece no apagarse nunca.

Es cierto que los migrantes de hoy enfrentan probablemente el sistema antiinmigrante más inhumano y perverso de la historia, pero con su marcha, con sus acciones cotidianas, con sus formas de organización, nos muestran que, a pesar de toda esa biopolítica negativa, subsiste el impulso siempre presente a la vida. Tan solo por eso vale mucho la pena apoyar sin condiciones la lucha por un mundo sin fronteras para los sueños migrantes.

 

El autor es profesor de Antropología en la Universidad Iberoamericana, México.

Imagen: La frontera en Tijuana, México (Yerko Castro).

 

Trabajos citados:

Foucault, Michel. 2005. Historia de la Sexualidad. Madrid: Siglo XXI editores.

Heyman, Josiah. Reconsideraciones en torno al Estado y las prácticas ilegales. Charla en el III Simposio Internacional de Antropología «Entre lo legal y lo ilegal», Monterrey, 13 de noviembre 2019.

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