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YO TAMBIÉN SOY MÉXICO*

23 junio, 2021 | 0 Comments
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Elijo ver mi condición de refugiada como pasajera. Esa condición no demerita mi condición de ser humano y de mujer. Nací en Nicaragua, un país hermoso, de gente buena pero sacudido por gobernantes crueles que han hecho de la injusticia ley.

Mi esposo y yo estamos en México desde el 2 de octubre de 2018 y nos hemos encontrado en el camino con personas que se han convertido en familia por voluntad, por decisión. Familia que nos ha enseñado la grandeza del ser humano, de sentir compasión, no lástima; de ser parte fundamental en este proceso de sanación eterno, donde el dolor no desaparece, sino que se transforma en inteligencia emocional y en la capacidad de volver a tener metas, es decir, me ayudaron a recobrar las ganas de soñar.

He conocido mujeres que huyeron de sus países de origen por la violencia descomunal y que en el trayecto fueron víctimas de abusos sexuales, violaciones y robos, y algunas fueron víctimas del crimen organizado. Duele saber que la mayoría de estas mujeres sabía de las altas probabilidades de ser víctimas de este tipo de delitos. Imagine usted cuánta desesperanza y miedo albergan estos países. Se criminaliza a las personas que huyen para salvar sus vidas y se obvian las verdaderas causas que provienen de nuestros sistemas políticos, económicos y sociales fallidos, porque nada habla tan alto y claro como aquello que orilla a exiliarse por pensar distinto, a huir para salvar la vida, a huir del dictador disfrazado de demócrata, a huir de la dictadura disfrazada de República. Eso es ahora mi país: Nicaragua.

Cuando COMAR nos otorgó la condición de refugiados, pudimos sentirnos un poco más seguros. La funcionaria en un abrazo me dijo: «¡Bienvenida a México!». Pero este proceso no lo pasamos solos. Casa Refugiados nos brindó el acompañamiento humanitario, nos dio información, nos enseñó que empezar de nuevo con los saberes que traíamos desde Nicaragua era posible. Pasé con ellos todas estas fases de sentirme víctima, luego sobreviviente y ahora sé que soy capaz de transformar realidades, de construir paz, de reconocerme como una promotora intercultural y de ser hospitalaria con los que vienen para que sus caminos sean más informados y no se sientan solos.

Hoy, Casa Refugiados no es solo una coincidencia, son familia, amigos, aliados en la causa de las personas que se ven obligadas a desplazarse; donde personas mexicanas y de otras nacionalidades unimos esfuerzos para que la solidaridad y la empatía se hagan acción, no solo beneficiando a personas con la condición de refugiadas, sino también a la sociedad que nos recibe.

Estas experiencias y lecciones no son fáciles. Más de alguna vez he sido víctima de comentarios xenófobos. Pero eso no engloba en ese comportamiento a la sociedad mexicana. En ese sentido tenemos el gran reto de denunciar acciones delictivas, no nacionalidades. Debemos de dejar de estereotipar cómo nos vemos, cómo hablamos, cómo amamos, cómo interactuamos con nuestros Dioses o no.  He entendido que quien agrede así tiene su mundo reducido a una frontera, ignorando que más allá hay otras realidades por conocer. Yo, por mi parte, me considero una ciudadana del mundo, donde el planeta es mi casa y donde puedo sentirme igual que aquel o aquella que ha tenido la gran dicha de no tener que huir para salvar su vida.

Tengo la capacidad de amar a este país que me abrió las puertas y donde estoy echando raíces para contribuir a la construcción de paz, porque las personas refugiadas, si hay algo que sabemos, es que para construirla debemos ser tolerantes, respetuosos, aceptarnos en nuestras diferencias y saber que esas diferencias no nos hacen más, ni menos, solo distintos. Decía Monseñor Silvio Báez, Obispo nicaragüense exiliado por la dictadura de Ortega: «Cada sociedad es como una barca, donde todos navegamos juntos y en donde todos somos responsables unos de otros. Es necesario no dejar de remar y cuidarnos, darnos ánimo recíprocamente». Señores, señoras, yo también soy México.

No puedo terminar, sin antes decirles a mis hermanos y hermanas en Nicaragua que, si bien cien mil personas nos hemos visto obligadas a dejar Nicaragua, no hemos dejado la lucha por conquistar la libertad de las y los presos políticos, y la libertad de aquellos y aquellas que se encuentran en país por cárcel. Sigue siendo sonoro el grito de abril: en el que rechazamos una patria libre o morir y anhelamos una ¡patria libre para vivir!

Culmino con el escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, Premio Cervantes 2017: «La mano torpe de la injusticia dictatorial en Nicaragua está persiguiendo y tomando como rehenes a gente justa, mujeres y hombres dignos de todas las condiciones sociales y aterrorizando sus hogares. Identificado plenamente con ellos, hago un llamado a la solidaridad internacional». Y yo agrego: ¡No nos dejen solos!

Discurso pronunciado por la autora en la conmemoración del Día Mundial de las Personas Refugiadas, el 20 de junio de 2021, en Ciudad de México.

La autora es Licenciada en Comunicación Social y aliada de Casa Refugiados.

Imagen: Jorge Mejía, fotógrafo nicaragüense.

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