Papeles de paz
Ya ha pasado más de un año después de que terminó mi voluntariado con Programa Casa Refugiados (PCR) en la Ciudad de México, que cambió mi percepción del mundo profundamente y que, sobre todo, me hizo tener un crecimiento de empatía e intuición hacia gente desplazada y ante los conflictos. Con aquella intuición me fui de viaje en verano tras un año muy agitado. Recorriendo los Balcanes por un mes entero con mi actitud compulsiva de tener que hacerlo y verlo todo, gocé de innumerables experiencias. Les podría contar muchas de ellas, pero me enfocaré en la razón por la cual quería ver justamente esta parte de Europa, en concreto la situación de la convivencia de las personas en los países afectados por las guerras en Yugoslavia en los años 90.
Ingresé a territorio exyugoslavo cruzando la frontera entre Bulgaria y Macedonia del Norte, país diverso con respecto a las etnicidades y las filiaciones religiosas de su población; de hecho, hay muy pocos países en esta región cuyas estructuras de población sean homogéneas. En el caso de Macedonia, dos terceras partes pertenecen a una confesión cristiana y suelen ser macedonios, mientras que la otra tercera parte pertenece al islam y suele ser albanesa. Aunque Macedonia de Norte no ha sufrido una guerra para conseguir su independencia de Yugoslavia, la tensión entre ambas es enorme. Los nombres de los pueblos y de las ciudades en los letreros en todo el país están escritos en los dos idiomas; sin embargo, en los alrededores de la capital Skopje se puede observar que activistas nacionalistas han pintado encima cualquier inscripción albanesa que se pueda encontrar. Bajando más hacía el lago Ohrid, por cientos de kilómetros se puede observar el paisaje hermoso marcado por montañas del país, pero, al mismo tiempo, que todas las iglesias se han convertido en mezquitas, que las cruces en los panteones se volvieron epitafios árabes y que el sol amarillo de la bandera macedonia se ha convertido en el águila negra de Albania. En esta zona, en lugar de inscripciones pintadas encima, como señalé más arriba, los nacionalistas albaneses pintan emblemas del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), que está acusado por parte de la Unión Europea (UE) de crímenes contra la humanidad. Al llegar a Ohrid, lo primero que escuché fue la llamada del muecín de una mezquita, por lo que supuse estar en una ciudad musulmana, pero el dueño del hostal en donde me hospedé me vio con una mirada fría y se quedó callado cuando le pregunté si en Ohrid se habla macedonio o albanés. Y a pesar de que las dos culturas son muy presentes en Ohrid, hay muy pocas interacciones entre los dos grupos o, al menos, pocas interacciones amigables.
En la otra orilla del lago Ohrid está Pogradec, ciudad de Albania. Albania nunca ha sido parte de Yugoslavia, no obstante, una gran parte de la población yugoslava en la región fronteriza, sobre todo en Kosovo, es albanesa. Debido a varios factores, entre otros, a las actividades de la mafia albanesa en la UE, el país sufre de una mala reputación. Pero precisamente allí encontré un ímpetu totalmente distinto al de Ohrid. La sociedad albanesa no es diversa culturalmente, pero hay muy pocos países en Europa que pueden presentar una religiosidad tan diversa como la de Albania. Musulmanes, ateos, cristianos católicos y ortodoxos conviven en paz allí. El guía del museo Bunk’Art en la capital Tirana, que trata sobre los crímenes del gobierno socialista, la vida durante este tiempo y la obsesión del dictador Enver Hoxha de construir búnkeres en todo el país, me dijo que, durante toda su historia, en Albania nunca se ha sufrido por aquellos problemas. Muchas personas con las que hablé opinan que ello es una de las razones gracias a las cuales Albania se dirige mucho más rápido a ser un miembro de la UE, y que este desarrollo avanzado es la raíz de la envidia y el odio en los Balcanes contra Albania.
Más tarde fui a Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina, y llegué en la mañana a Sarajevo del Este. Durante este tiempo yo no sabía que las realidades entre las dos partes principales del país, la Federación de Bosnia y Herzegovina y la República Srpska, son tan incomparables. Al llegar a la parte de Sarajevo que pertenece a República Srpska, me sorprendió la cantidad de propaganda serbia y banderas serbias en la calle. En esta zona se utiliza el alfabeto cirílico, el mismo que en Serbia. Pero a partir de ahí uno tiene que caminar cinco minutos para llegar a la otra parte de Sarajevo, que parece que fuera la capital de un país totalmente diferente. Sarajevo es una ciudad llena de vida y cultura, ubicada en un valle. Por su geografía, la ciudad fue un lugar perfecto para los Juegos Olímpicos de Invierno 1984; pero, del mismo modo, fue un objetivo muy fácil para un sitio, como el llevado a cabo por la Republika Srpska durante la guerra bosniaca, que duró casi cuatro años, entre 1992 y 1996. Sin embargo, Sarajevo ha sido y sigue siendo un lugar pluralista y abierto con respecto a su cultura y su población. La gente se niega a pensar en nacionalidades y no quiere etiquetarse como bosniaca, serbia o croata, sino que está orgullosa de su diversidad cultural y religiosa. En la ciudad, los musulmanes, los católicos, los ortodoxos y los judíos conviven en paz y el triángulo amarillo en la bandera representa las tres nacionalidades presentes aquí. Yo no pude sentir nada de odio por parte de los sarajevenses, tras la destrucción presente de la ciudad. Aunque ya pasaron casi 30 años desde que la guerra ha terminado, la mayoría de los edificios de la ciudad tiene huecos y otros daños causados por el sitio. Además, una gran parte del territorio nacional sigue contaminado por minas terrestres y la mayoría de los testigos de los campos de concentración, del sitio y de las limpiezas étnicas siguen viviendo. Sus historias están contadas en los numerosos museos de la ciudad, como por ejemplo el Museo de la Infancia en Guerra o el Museo de Crímenes Contra la Humanidad. Bosnia y Herzegovina es un país lleno de cicatrices, pero la actitud de perdonar y olvidar en eventos que recién han terminado y que hasta hoy están afectando las vidas cotidianas de las personas es algo único en el mundo y algo que todo el mundo debería tomarse como ejemplo.
Pero, ¿y si uno no quiere aprender del pasado? Justamente aquel contraste es causa de una inmensa decepción al cruzar la frontera con Serbia. Todo el país está lleno de grafitis racistas y nacionalistas contra cualquier minoría étnica o país vecino. El odio se dirige a todos: a los croatas, los musulmanes, los albaneses, los gitanos, a la UE y a la OTAN. La capital, Belgrado, está llena de banderas serbas y rusas con eslóganes como «¡Juntos ante el futuro!» o «¡Hermanos por siempre!». Parece que nadie hubiese aprendido del pasado y que muchas personas desean vengarse de literalmente todo el mundo, menos de Rusia, que es un país que se comporta de manera parecida.
Entonces, el 27 de septiembre del 2023 sucedió algo que tiene el poder de romper la comprensión del mundo de cualquier persona que piense de una manera racional. Era un día festivo en la iglesia ortodoxa, en particular la Exaltación de la Santa Cruz. Se reunieron en la ciudad miles de personas vestidas completamente en ropa negra. Hubo camisas y carteles con lemas nacionalistas y racistas en todos lados, pero lo más terrible fue que la multitud se dirigió hacia la catedral principal de Belgrado, la Santa Seva. Yo quería ver lo que estaba pasando adentro, pero sentí que me estaban mirando raro (probablemente por mi cabello pintado rojo). Así que saqué mi cadena con mi cruz y me persigné de manera ortodoxa (con tres dedos; arriba – abajo – derecha – izquierda) para llamar la menor atención posible antes de entrar con la multitud vestida de negro. Nunca en mi vida he visto tanto odio en un templo religioso. Incluso en la tienda cristiana, adentro, se venden camisetas nacionalistas y patrióticas.
Las iglesias ortodoxas, gracias a su estructura descentralizada, han conservado la mayoría de la tradición cristiana antigua. Sin embargo, al mismo tiempo, dicha estructura es bastante débil para defenderse contra la corrupción y las influencias nacionalistas en países que suelen tener estos problemas. En resultado, eso ha afectado sobre todo a las iglesias ortodoxas de Rusia y Serbia, mientras las iglesias de, pongamos por caso, Grecia, Georgia o Rumanía, no sufren por estos problemas. Mi anfitrión en Belgrado, que es un creyente que no apoya la evolución actual de la iglesia en Serbia, me dijo, en broma, que no le sorprendería si la teología serba considerara que todo el mundo irá al infierno menos los serbios y los rusos.
Por primera vez en mi vida quise volver con anhelo a la Unión Europea. Y cuando crucé la frontera entre Serbia y Croacia noté que no solo yo había sentido un alivio, sino también muchos de los demás pasajeros que iban en camino a Zagreb o a Ljubljana.
Notas:
Imagen de Gabriel Porębski. Mural nacionalista en Belgrado/Serbia, refiriéndose a Kosovo.
[1] El autor exvoluntario de Casa Refugiados de nacionalidad polaca, estudiante de la Universidad Tecnológica de Berlín y sigue trabajando activamente en la ayuda a las personas refugiadas.
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