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En un ejercicio de sumar a la eliminación de la violencia contra las niñas, adolescentes y las mujeres, invitamos a la construcción de un mundo en el que las personas, sin ninguna distinción de religión, nacionalidad, género, pertenencia a un grupo social u otra causa de exclusión, se puedan desarrollar, conviviendo bajo los valores de la paz y la solidaridad, en el pleno reconocimiento y ejercicio de sus derechos humanos.
Si bien la situación es muy difícil, no todo está perdido. Migrantes, activistas y todo un amplio grupo de defensoras y luchadores sociales están todo el tiempo haciendo frente al sistema que hemos descrito. Ellas inventan fórmulas, descubren estrategias, se organizan, planifican al punto de no ser simplemente víctimas de toda esta situación. Las luchas migrantes son luchas de vida.
Ellas y ellos son mayoritariamente migrantes. Ellas y ellos son esenciales para sostener nuestra vida y nuestros cuidados. Es paradójico que, siendo esenciales, sean noticia por las condiciones de indignidad en las que viven o trabajan.
Si bien las guerras, los desastres de origen natural y las diferencias étnico-raciales habían sido un fundamento para accionar respuestas humanitarias en los siglos anteriores, hoy la humanidad se está cuestionando y debatiendo, aún sin ver el fondo, entre sacrificar a un cuatro o cinco por ciento de la población sobrante y, por otro lado, confrontar un modelo económico global que nos dinamizó e instalo en una desigualdad, aparentemente irrompible.
Por ello, consideramos que, al margen de leyes y tratados internacionales que mencionan la necesidad de salvaguardar y respetar la vida digna y los derechos humanos de niñas, adolescentes y mujeres en toda su diversidad, es necesario construir una consciencia colectiva sobre la realidad y contexto actual, que involucre personas en todos los ámbitos, desde la escuela, el trabajo, la casa, la comunidad, los espacios y transporte público, para fomentar el respeto, una cultura de paz y no violencia…
Aquí, un factor fundamental es la confianza: un espacio seguro es un espacio en el que las personas que ahí acuden son, primordialmente, confiables. Si en un grupo, sus integrantes reciben mensajes como los mostrados más arriba, entonces se podrán fomentar actitudes y acciones que difícilmente generarán confianza y tampoco serán capaces de originar procesos autorregeneradores y que se adapten al entorno cambiante.